Sirven un alrededor de 80 cenas todos los jueves
Barranquilla: una cocina donde se cuenta la migración venezolana a la luz del fogón

• Desde el nacimiento del comedor, Sandra ha prestado la pequeña cocina de su casa para preparar los alimentos, y varias mujeres migrantes venezolanas se han unido poco a poco para acompañarla en esta hermandad de colaboración social para tender la mano a los recién llegados

El sonido de los cuchillos contra la madera de las tablas de picar comienza puntual todos los jueves a las 11 am. Ya las colombianas Sandra Milena Vesga y su madre Carlina Sánchez han decidido junto a la venezolana Maicler Fuentes cuál será el menú de la cena en el comedor del barrio Simón Bolívar en la ciudad de Barranquilla, en el norte de Colombia.

“En el comedor recibíamos primero, hace tres años, entre 12 a 14 habitantes de la calle, pero al ver el éxodo venezolano, se fueron cediendo los cupos para que atendiéramos primero a 21 venezolanos. Hoy llegamos a entregar más de 80 cenas los jueves”, cuenta Sandra, quien antes de coordinar el comedor era oficinista en un banco local.

Hoy Sandra es una de las incansables lideresas de este espacio creado por la organización civil Venezolanos en Barranquilla. Sandra, con su dulzura, atiende con preocupación a los niños que llegan con sus padres, y está pendiente de todos los detalles. “Qué pena si hoy estoy regañona”, agrega afanada mientras se ocupa de todos por igual.

Ese día prepararán una cena básica de arroz con sardinas, papas cocidas y papaya picada que será acompañada con una bebida dulce de panela. Desde el nacimiento del comedor, Sandra ha prestado la pequeña cocina de su casa para preparar los alimentos, y varias mujeres migrantes venezolanas se han unido poco a poco para acompañarla en esta hermandad de colaboración social para tender la mano a los recién llegados.

Después de preparada la cena, juntas, contratan un bicitaxi – unos vehículos de tracción humana, mezcla de un taxi con una bicicleta –  para llevar las porciones y el termo con la bebida hasta la plaza de la Iglesia Santa Marta donde tiene sede el comedor, a pocas cuadras del lugar.

El área de labores de la casa de Sandra está junto al patio, que esa mañana hierve del calor y una humedad solo apaciguada por corrientes de aire de un ventilador que atraviesan los calados del pequeño espacio, donde se cocina la esperanza.

“Estamos solicitando una ayuda porque la estufa está ya en muy malas condiciones. Se está cayendo poco a poco”, dice Sandra mientras mueve la destartalada cocina a gas, y se puede verificar que realmente solo se mantiene en pie gracias a unas tablas improvisadas. El comedor está a la espera de que la estufa sea renovada con alguna donación que reciban este semestre.

Quien lidera las labores de la cena es Carlina, una mujer de cabello corto, canoso y portadora de una sonrisa que rara vez borra de su rostro. Aunque sufre algunos problemas de movilidad en su cuerpo, estos no le impiden ponerse al frente del fogón.

Es la mayor de las tres cocineras, y todas consideran que tiene la mejor sazón del grupo. También es quien entona boleros con letras que cuentan historias de amores contrariados, versos que de vez en cuando le hacen soltar más de una lágrima a Maicler, quien apenas recuerda el hogar que dejó atrás en Venezuela e inevitablemente evoca la nostalgia.

“Mi hija, la mayor, finalmente llega a fin de mes, porque yo me vine con mi hija menor y con mi esposo. Pero mi padre y los más viejos no pueden venir porque ya están muy mayores,” dice Maicler. “Venezuela se ha llenado de veredas y pueblos fantasmas.

Todos los jóvenes y niños se han ido. De las veinte casas de familia que habían en el poblado de mi papá, solo quedan cinco habitadas por los ancianos en Aragua”, en el centro norte de Venezuela, cuenta Maicler, quien en sus “buenos tiempos”, según dice ella, se dedicaba a ser modista profesional y repostera. Su personalidad desprende un aura de cariño; es alta, robusta, tiene el cabello color café y largo hasta por debajo de los hombros, sus ojos tienen forma almendrada y le gusta lucir ropa en los coloridos tonos del trópico.

Colombia es el principal país en número de arribos de personas venezolanas, por ser vecino de Venezuela y porque se ha convertido en una zona de tránsito para quienes se dirigen a otros países sudamericanos, donde buscarán empezar una nueva vida. De acuerdo a cifras del ACNUR, a Colombia han llegado 1.447.171 personas venezolanas refugiadas y migrantes, hasta el 2 de septiembre de 2019; de estas el 48% se encuentra con estatus migratorio irregular.

Hasta agosto de 2019 El Atlántico, donde se encuentra la ciudad de Barranquilla, es el cuarto departamento no fronterizo con más venezolanos en el país. El 9% de todos los venezolanos en el país viven en ese lugar, según cifras de Migración Colombia. Solamente Barranquilla, la capital, alberga a 89.823 migrantes Venezuela.

Pabellón criollo, a lo colombiano

De vez en cuando preparan el famoso pabellón criollo, un plato tradicional de Venezuela, reconocido como el menú nacional por excelencia, pero al estilo colombiano. La comida, como las personas, también cambia con la migración; a veces por necesidad.

“Acá lo hacemos con unos frijoles negros que comenzamos a encontrar en algunas tiendas locales hace poco, porque antes no había,” señala Maicler. “Le ponemos su arroz blanco cocido, carne desmechada y tajadas de plátano maduro frito”.

Maicler llegó hace tres años a Barranquilla junto a su esposo Carlos y su hija Karla de seis años. Fue por ella que se vieron forzados a dejar su hogar. A los cuatro años a Karla le detectaron un pequeño soplo en el corazón. A medida que se fue agudizando la situación en Venezuela, los médicos se fueron yendo del país, entre ellos, muchos cardiólogos infantiles. “Allá hay médicos generales, enfermeras y atención”, no hay especialistas cuenta, y “no hay medicinas, no hay suero, no hay ni gasa para vendajes y todo se puso peor”.   

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