El Camino de los Inmigrantes

• ¿Por qué venían los inmigrantes?¿Por qué millones de personas desde principios del siglo XIX emigraron masivamente, dejando sus países de origen para establecerse en tierras lejanas?

EV COLOMBIA | MINISTERIO DEL INTERIOR DE ARGENTINA

¿Cómo se combinaron los factores estructurales es decir, las condiciones de los países de origen y de destino con las estrategias de los propios migrantes, es decir cómo decidían emigrar en función de sus proyectos, de la información de la cual disponían y de sus relaciones sociales primarias: amigos, parientes, paisanos?. En primer término, las circunstancias internacionales durante ese período hicieron posible la emigración de europeos hacia América.

Los rasgos particulares que tuvo la «gran emigración» fueron en cierta medida la continuación de una movilidad geográfica anterior, dentro de Europa, pero que presentó características que la convirtieron en un fenómeno diferente, por la masividad del fenómeno, y por la preeminencia de destinos más allá de los océanos.

A continuación, las condiciones en la Argentina a partir de 1880: la pacificación política, el crecimiento de la economía, y las transformaciones de la estructura institucional del país impulsadas por el gobierno de Roca. Por último, si bien existió, desde mediados del siglo XIX, un contexto internacional y nacional que favoreció el proceso migratorio de masas, los inmigrantes no respondieron mecánicamente a los estímulos externos; tomaron la decisión de expatriarse después de evaluar la información de que disponían, eligiendo determinados destinos en vez de otros, y resolviendo cuáles miembros del grupo familiar emigrarían y cuáles permanecerían en el país de origen.

Desde esta perspectiva, fueron diversas las vías por las cuales los emigrantes potenciales obtenían noticias de las posibilidades que ofrecían los eventuales países de destino, y opciones concretas a partir de las cuales tomar sus decisiones. Por un lado, la información proporcionada por agentes del gobierno, de las compañías de colonización o de las compañías de navegación, y de aquella que los emigrantes obtenían a través de sus relaciones con parientes, amigos y vecinos. Por otro, de las propias redes utilizadas por los migrantes en función de objetivos prácticos como la obtención de trabajo y alojamiento.

LAS ADVERSIDADES Y AMENAZAS COMO DETONANTE

Asimismo, las motivaciones que empujaron a abandonar la patria, incluso en el cuadro predominante de la pobreza y de la ausencia de ofertas satisfactorias, podían ser varias: el deseo de mejorar las propias experiencias profesionales; la búsqueda de ahorros para impedir la proletarización del grupo familiar en el pueblo de origen; o el malestar por una marginalidad social o política sin perspectiva de adecuadas salidas locales, en comparación con ocasiones más apetecibles en otros lugares y demasiado a menudo largamente ensalzadas.

¿CUÁLES FUERON LOS PAÍSES DESDE LOS CUALES PARTIERON MÁS EMIGRANTES?

Ello fue variando con el tiempo. Durante la mayor parte del siglo XIX, los mayores contingentes de emigrantes salieron de Europa Nord-occidental, con las Islas Británicas -incluyendo a Irlanda- a la cabeza, seguida por Alemania (más correctamente los estados que constituirán en futuro imperio alemán) y en tercer lugar por los países escandinavos.

Durante los primeros decenios del siglo XIX, la emigración del noroeste europeo se dirigió a América del Norte, lo que ayudó a consolidar el origen anglosajón ya instalado en aquellas tierras del nuevo mundo. Los flujos menos intensos, procedentes de España, Italia, Portugal y, en menor medida, de Polonia y Rusia (que tomó importancia luego de que Estados Unidos cerrara la inmigración a estos grupos en 1921) se concentraron en América Latina, manteniéndose una característica diferenciación en la población de las dos áreas americanas.

UN SIGLO DE MIGRACIONES EMBLEMÁTICAS

Desde la segunda mitad del siglo XIX los principales países de emigración fueron los de Europa del Sud – Italia y España- y de Europa centro-oriental, zonas que adquirieron una neta predominancia en los movimientos transoceánicos, incluidos aquellos hacia Norteamérica.

Los países que, como los Estados Unidos, recibieron inmigrantes desde comienzos del siglo XIX, fueron el destino privilegiado de la «vieja emigración» de Europa del Norte; aquellos que, como la Argentina, abrieron más tardíamente las puertas a la inmigración, recibieron en cambio mayoritariamente a europeos del Sud y del Este. Durante la primera fase, de la «old inmigration» , la que se dirigió a Norteamérica y Australia, los factores de expulsión parecen predominar sobre los factores de atracción, aún en su estrecha interdependencia recíproca. Los componentes cualitativos, el papel de guía de los primeros inmigrantes, y las políticas gubernativas, ejercieron una función determinante en la orientación de los flujos migratorios.

En la segunda mitad del siglo XIX maduran las condiciones para la entrada de otros países europeos que hasta el momento habían permanecido al margen del fenómeno migratorio. La consolidación de las economías americanas, en particular de la estadounidense, tras la guerra de secesión (1861-1865), y la revolución en los transportes marítimos, favorecen un éxodo desde Europa de proporciones gigantescas. La producción industrial del mundo aumenta siete veces en este período, permitiendo una fuerte acumulación de capital y la progresiva conformación de un mercado mundial.

Los economistas del siglo XIX, a diferencia de los del siglo precedente, que consideraban negativamente los procesos migratorios, los ven ahora de modo positivo, como instrumento para descargar las poblaciones excedentes y las tensiones sociales en otros territorios, así como para crear nuevos mercados. Se suelen considerar predominantes en esta fase los factores de atracción para la formación de un verdadero mercado internacional del trabajo. También Argentina y el Brasil adoptarán, a partir de los años ochenta, políticas gubernativas e incentivos dirigidos a atraer trabajadores europeos para el desarrollo de sectores enteros de su economía. Durante los últimos veinte años del siglo, los dos países latinoamericanos, logran absorber más de un quinto de toda la corriente migratoria europea.

Parte del excedente de población emigró dentro de Europa: en algunos casos se trataba de movimientos migratorios entre regiones de un mismo estado nacional, en otros de emigración hacia otros países europeos. Francia, por ejemplo, fue un país desde el cual se emigró muy poco, ya que el crecimiento de su población a lo largo del siglo XIX fue el más bajo de Europa. Fue en cambio un país de inmigración.

EL VIAJE DE LOS EMIGRANTES

Para los emigrantes el viaje comenzaba en el momento en que partían de su pueblo natal para dirigirse a los puertos. La partida solía ser un acontecimiento colectivo, en el que eran protagonistas grupos de parientes y paisanos que se dirigían al exterior de acuerdo a un itinerario prefijado.

Desde mediados del siglo XIX el medio de transporte hacia los puertos fue el ferrocarril, y los barcos a vela fueron siendo reemplazados por los vapores.

El extraordinario impulso que la navegación transoceánica recibió durante toda la segunda mitad del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial fue el vehículo, no sólo técnico – material sino también económico de la gran emigración europea hacia el Nuevo Mundo. Los progresos en la navegación contribuyeron a la integración del mercado mundial uniendo a mercados muy distantes entre sí, alimentando el flujo creciente de personas y mercaderías a medida que decrecían los costos de transporte. La revolución de los transportes marítimos provocó una reducción sostenida de los costos de los pasajes: en 1885 el precio del pasaje entre Nueva York y Hamburgo era de 8 dólares, y esta suma era a menudo inferior a la que debían pagar los emigrantes por el transporte a los puertos atlánticos.

Bajos costos y rapidez de los viajes transoceánicos permitieron ampliar el área de reclutamiento de los emigrantes agregando a las tradicionales regiones de emigración Europa del Norte, las zonas de Europa oriental y mediterránea. También hicieron posible, sobre todo a comienzos de este siglo, una nueva forma de emigración, la emigración pendular o golondrina, una emigración temporaria pero con destinos transoceánicos.

Los emigrantes se dirigían a los distintos puertos según la cercanía respecto a sus lugares de origen y a las facilidades que las distintas compañías ofrecían. Partían mayoritariamente de Génova, Trieste, Nápoles, El Havre, Burdeos, Hamburgo, puertos españoles.

EL NEGOCIO DE LA MIGRACIÓN PRECARIA

La emigración masiva fue un negocio muy lucrativo para las compañías de navegación. Los armadores lograron obtener bajos costos de transporte reduciendo la tripulación, sirviendo comida de escasa calidad, ofreciendo a los emigrantes espacios reducidos y precarias condiciones de higiene a bordo. Los testimonios de los protagonistas y de los médicos y funcionarios destinados al control sanitario ofrecen una imagen dramática del viaje, acechado por enfermedades e incomodidades.

Las precarias condiciones de las naves llevaron a las autoridades de los diversos países a regular los aspectos sanitarios del viaje, concentrando su atención en los requisitos que debían cumplir las naves, para evitar la aparición y difusión de enfermedades infecciosas. La voluntad de los gobiernos por garantizar buenas condiciones sanitarias contrastaba con los intereses de las compañías de navegación. Para las compañías, el objetivo era el de embarcar el mayor número de pasajeros, sin respetar las disposiciones legales. El viaje se transformaba para los emigrantes en una pesadilla de gentío, de malos olores, de exceso de frío o de calor, según las estaciones, y más en general de intolerable promiscuidad.

A medida que los gobiernos fueron regulando las condiciones del viaje, estas comenzaron a mejorar. Parte de las características que describiremos en los párrafos que siguen corresponden al período previo a la primera década del siglo XX, etapa en la que el viaje consistía en una experiencia de rasgos fuertemente negativos. De todos modos, las condiciones variaban también entre las distintas compañías de navegación.

BRECHAS DE CLASES SOCIALES A BORDO

Los buques que desembarcaban emigrantes en el puerto de Buenos Aires, aparte de la tercera clase, disponían también de una confortable segunda -los inmigrantes eran definidos por la ley argentina como aquellos que llegaban en segunda o tercera clase- y una lujosa primera clase. En la tercera viajan la mayoría de los emigrantes; la segunda en cambio tiene características menos definidas, emigrantes que han hecho fortuna y se pueden permitir un viaje más cómodo, pequeños comerciantes, y el clero.

En la primera están los ricos argentinos de regreso, y luego franceses, españoles, brasileños. A éstos deben agregarse los médicos de a bordo, los oficiales, los sacerdotes. Siguen el mismo itinerario pero constituyen trayectorias paralelas, divididas entre sí por un abismo social. Durante el viaje, los pasajeros de primera y de segunda son preservados rigurosamente de las incursiones de los de tercera, mientras que a ellos les está permitido, y con poco riesgo, irrumpir en el otro territorio.

Las diferencias sociales se hacen evidentes desde el momento del embarque en los buques. Edmundo De Amicis ha dejado un dramático testimonio de ello en su libro Sull’Oceano. Dice De Amicis: «El contraste entre la elegancia de los pasajeros de primera clase, los guardapolvos, las sombrereras, junto a un perrito, que atravesaban la multitud de miserables: rostros y ropas de todas partes de Italia, robustos trabajadores de ojos tristes, viejos andrajosos y sucios, mujeres embarazadas, muchachas alegres, muchachones achispados, villanos en mangas de camisa.(…) Como la mayor parte habían pasado una o dos noches al aire libre, amontonados como perros en las calles de Génova, no podían tenerse en pie, postrados por el sueño y el cansancio.

Obreros, campesinos, mujeres con niños de pecho, chicuelos que tenían todavía sobre el pecho, la chapa de metal del asilo donde habían transcurrido su infancia, (…)sacos y valijas de todas clases en la mano o sobre la cabeza; Fardos de mantas y colchones a la espalda y apretado entre los labios el billete con el número de su litera(… Dos horas hacía que comenzara el embarque, y el inmenso buque siempre inmóvil (… Pasaban los emigrantes delante de una mesilla, junto a la cual permanecía sentado el sobrecargo, que reuniéndolos en grupos de seis, llamados ranchos, apuntaba sus nombres en una hoja impresa (…) para que con ella en la mano, a las horas señaladas, fuera a buscar la comida a la cocina.

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